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Rincón de lectura · 19 de Agosto de 2022. 08:49h.

El suicidio del Graf Spee

Los errores que llevaron al acorazado de bolsillo alemán al hundimiento

El otro día, en la librería Bernadas de Martorell, me compré un viejo volumen de Luis de la Sierra (1920-2014) sobre “La Guerra naval en el Atlántico”. Pensaba que era una novedad pero no: es de 1974 y reeditado en el 2008. Voy tarde.

Supongo que actué movido por un resorte. En estas épocas de cambio climático leer las aventuras y desventuras del PQ-17, el convoy que resultó diezmado en su ruta hacia Múrmansk, quizá podía aliviar la ola de calor. 

Y he de reconocer que me lo pasé pipa. Lo lamento por los muertos. La historia siempre es mejor leerla que vivirla. Algunas hazañas son de sobras conocidas, como el hundimiento del Bismarck, pero de otras tenía un conocimiento vago y difuso como los periplos corsarios de buques de guerra alemanes.

El libro, en efecto, repasa los principales episodios de seis años de guerra: la incursión en Scapa Flow -que fue una chapuza que salió bien-, la batalla del Río de la Plata, la invasión de Noruega, el ataque inglés a las bases francesas en África, el hundimiento del Bismarck o como los citados Scharnhorst y Gneisenau se escabulleron por el Canal de la Mancha delante de las mísmisimas narices de los ingleses hasta llegar a Alemania.

Lo bueno del autor, ya fallecido, es que a su estilo añadía sus conocimiento técnicos. Capitán de corbeta, se embarcó como marinero a los 17 años en el Almirante Cervera, en plena guerra civil. Estuvo en otros buques -como el Juan Sebastián Elcano- y de hecho navegó en cruceros, destructores, fragatas y patrulleras.

También fue, para que se hagan una idea, el comisionado para ir a buscar el primer destructor a Estados Unidos en virtud del pacto de amistad y cooperación firmado por Franco y Eisenhower (1953).

Por eso, por ejemplo, insiste en que la citada Batalla del Río de la Plata, que terminó con el hundimiento del Graf Spee, fue en realidad un suicidio. El acorazado de bolsillo había dado buena cuenta de los cruceros alemanes que le salieron al paso: el Exeter, el Ajax y el Achilles.

Pero no salió indemne y en vez de rematar la faena decidió refugiarse en Montevideo (Uruguay). El autor considera que el capitán, un hombre de impecable trayectoria hasta entonces, cometió varios errores sucesivos. Seguramente bajo la presión del combate.

El primero enfrentarse a tres cruceros. Parece ser que inicialmente pensaron que era un crucero y dos destructores pero en vez de rehuir el combate como le habían ordenado aceptó la lucha. “¡Primero de los múltiples errores que Langsdorff cometería a partir de entonces!”, exclama el autor.

El segundo, como decíamos, no terminar el trabajo cuando el Exeter estaba tocado. “¡Jamás oficial naval alguno tuvo una resonante y completa victoria tan al alcance de la mano y tan torpemente renunció a ella!”, afirma también Luis de la Sierra.

Y, finalmente, optar por hundir su propia nave en vez de intentar forzar el bloqueo aunque, previsiblemente, los servicios secretos ingleses -y el cónsul- hicieron creer que había más fuerzas de las previstas. “La astucia y la intriga -destaca el autor- son artes en que los ingleses siempre han resultado maestros”.

En fin, no les molesto más pero el autor analiza, por otra parte, el desastre del PQ-17, cuando la marina británica y la americana, dejaron abandonados a su suerte a los cargueros de un convoy en aguas infestadas de aviones y submarinos. 

O da una explicación muy plausible de por qué Hitler no intentó la invasión de Inglaterra: sencillamente la armada alemana había quedado diezmada en Narvik. Una victoria táctica a un precio muy alto.

Luis de la Siera, por cierto, tiene otros libros. Habrá que ir pensando en hincarles el diente: La guerra naval en el Mediterráneo -aunque esta me interese menos-, La guerra naval en el Pacífico y Corsarios alemanes en la Gran Guerra (1914-1918). Yo, de momento, me he pillado El mar en la Gran Guerra (1914-1918).

Tengo la teoría de que la II Guerra Mundial empezó en realidad en la Batalla de Jutlandia (1916). La cosa acabó en tablas, con más pérdidas para los ingleses que para los alemanes. Pero los alemanes no volvieron a desafiar la Home Fleet y estuvieron aburriéndose en Kiel y Wilhelmshaven el resto de la guerra. 

En las postrimerías, cuando ya estaba perdido, los oficiales plantearon una última salida para morir con honor y eso desencadeno la revolución que, a la corta, hizo caer el kaiser y, a la larga, provocó el ascenso de Hitler al poder. Pero ya les contaré./ Xavier Rius.

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